Por Ryan Arazi
Saludos a les argentines interesades en los Derechos Humanos y la resistencia contra injusticias estructurales y físicas que hoy atraviesa a mi país. Mi nombre es Ryan Arazi y soy de Nueva York. En las últimas ocho semanas, ha estado trabajado como pasante con la Fundación Luisa Hairabedian investigando los crímenes de lesa humanidad perpetrado por el gobierno militar contra sus propios ciudadanos entre 1976 y 1983.
Hoy, a las 20:01 hs., será delito salir de mi casa. El toque de queda impuesto para todos quienes vivimos en la ciudad de Nueva York. Esto nada tiene que ver con la pandemia, por la cual todas y todos estamos atravesando. Las calles, hace poco tiempo vacías y abandonadas, ahora están llenas de manifestantes en demanda de justicia, tras la ejecución de George Floyd.
Decidí escribir en medio de una sensación de orgullo y esperanza tras ver al pueblo arriesgar sus cuerpos y su salud. Mismo sentimiento del cual derivó mi viaje, hace pocos meses, a Buenos Aires, la tierra de mi padre. Quería, en ese entonces y ahora, investigar la represión brutal e ilegal de la última dictadura cívico-militar.
Al escuchar a mi Presidente y a los sectores conservadores minimizar “los llamados por justicia” enfocando en “law and order.” Al reflejar sobre la realidad de mis amigos afroamericanos que constantemente sienten amenazados por la gente que supuestamente está allí para protegerlos. Al ver la cara de mi madre, inmigrante de México, cuando ella ve banderas promocionando la re-elección de un hombre que dice que la mayoría de inmigrantes mexicanos son criminales y violadores. Al enfrentar todo esto, pienso en Argentina, un país que, desafortunadamente, también sabe mucho de la violencia estatal.
Ahora que “nuestros subversivos” marchan por las calles, me pregunto ¿por qué hay tanta gente escuchando? La muerte de George Floyd es un nombre de una lista larga de víctimas que crece cada día y empezó con el primer esclavo que llegó a este país en el año 1619. El legado de la esclavitud ha dejado una marca permanente de racismo institucional sobre nuestro país. Una mirada a nuestras calles y nuestras cárceles hace esto obvio. Puede ser que la incertidumbre de la pandemia haya abierto los corazones y mentes de más personas ante la incertidumbre de ser afroamericano en los Estados Unidos.
Al final del día, la razón no importa.
Ahora que los ojos del mundo están puestos firmemente sobre la realidad brutal de mi país, espero que se mantengan informados. Hace unos meses yo tuve la oportunidad de estar parado en solidaridad con argentinos y argentinas, celebrando la victoria de Alberto Fernández en la plaza frente al Congreso de la Nación. Más allá de la política (o por eso), me llamo la atención la esperanza por un futuro más justo en los ojos de las personas que bailaban y marchaban por la calle. La solidaridad contra toda opresión entre países es más importante ahora que nunca en este mundo globalizado. Todo sistema de opresión es diferente, pero está profundamente arraigado en las mismas injusticias.
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