«El Parque de la Memoria como lugar de memoria» por Hailey Egelhoff

Compartimos el artículo que escribió nuestra pasante, Hailey Egelhoff, a partir de su salida de campo al Parque de la Memoria. Ella es estudiante de la Universidad de Colorado, Boulder. Su pasantía se realizó en la FLH por medio de Connect 1-2-3, institución con la que venimos realizando pasantías desde 2016.

Este escrito es una visión personal y particular de una estudiante extranjera de una observación en una salida al Parque de la Memoria, CABA.

Cuando pensaba sobre el Parque de la Memoria, no sabía cómo sería. En el inicio, mi mente tuvo el monumento de Vietnam en Washington DC como referencia. Estaba en lo correcto y en lo incorrecto al mismo tiempo.

El Parque de Memoria está cerca del Aeroparque, en la margen norte del Río de la Plata, y alejado del centro de Buenos Aires. Cuando llegué, encontré un gran espacio verde, con esculturas, arte y un museo; todo en relación al Terrorismo de Estado y en memoria de las víctimas que sufrieron la Dictadura en Argentina.
El espacio es abierto, puedes caminar y recorrerlo como quieras. El ambiente tranquilo y, en parte, sombrío, con muchos asientos para “frenar” y sentir la soledad en un lugar con muchos visitantes. Entonces, sentí que el Parque era un buen lugar para pensar y recordar la historia de los que padecieron el terrorismo. Inmediatamente me afectó una obra que dice “Pensar es un hecho revolucionario”. Esa frase establece el tono del Parque y me interpeló en tanto visitante. Si pensar es revolucionario, entonces, el Estado vio en esa “amenaza” una justificación “legítima” para cometer actos ilegales y horribles.
Hay dos partes, en lo personal, que me llevaron a una profunda reflexión; por un lado, la escultura “Sin Título”, siluetas humanas, vaciadas de “contenido”; esta obra es una alegoría representativa de las personas secuestradas y desaparecidas. Mientras observaba esta obra de arte, el río se hacía presente al completar las siluetas; y es ahí donde hay una profundidad que permite unir las siluetas con el destino final de muchas y muchas desparecidas. Por otro lado, los muros “tapizados” con los nombres de todos los desaparecidos es, en mi opinión, la obra del Parque más importante, por el impacto y el valor histórico.
La salida de campo me permitió conocer más sobre esta época y comprender las heridas abiertas que 30.000 desaparecidas y desaparecidos dejaron en la historia Argentina. Me resultó difícil tener una idea real de este sufrimiento, pero observar esas paredes interminables con los nombres y las edades de los y las desaparecidas me permitieron pensar en mi propia vida, al observar que la mayoría de los desaparecidos tenían entre 17 y 30 años, es decir, una edad similar a la mía. Es una idea aterradora que un gobierno pueda tener tanto poder y generar tanto miedo que lo habilite a asesinar tantos jóvenes.
Los carteles de la memoria son muy interesantes y me encantó esa forma en la que la historia de Argentina se explica a partir de símbolos, pero, admito, me pareció poco adecuada las ubicaciones de los carteles dado que para ver la totalidad de los mismos, los visitantes tenemos que caminar hasta diferentes rincones del Parque.
Me hubiese gustado encontrar un centro de atención para visitantes para comprender la lógica de este lugar de memoria. Esto, en combinación con la ubicación del Parque, me lleva a creer que el mismo estuvo pensado más para los y las argentinas que para turistas extranjeros, es decir, si no fuera porque me recomendaron ir al Parque, probablemente, no hubiese ido. Un audio guía o un centro de turistas con un breve resumen y enseñando a los visitantes sobre esta época puede mejorar esa carencia, andando contexto al arte y una explicación del porqué de su ubicación. Sin embargo, el Parque es un lugar perfecto para recordar con un gran potencial para la educación de aquellas que, como yo, venimos de afuera.

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